martes, 7 de julio de 2009

El tiempo de la semilla

El tiempo de la semilla es incierto.
Tan frágil
y a la vez tan poderosa,
enterrada en la oscuridad y el silencio,
en la misma soledad de la tierra,
no puede saber de sus flores,
no puede creer en sus frutos.
Solo puede acumular energía.
Soñar con el sol infinito.

Toda semilla necesita su tiempo.
Enfadarse no sirve de nada,
apenarse no vale la pena.
Porque el más anciano de los robles
y la más sabia entre las encinas
también fueron inciertos brotes,
débiles músicas bajo la tierra,
que con la orquesta de la creación inmensa
conmovieron los cielos de alegría.

Los ojos de la semilla están ciegos y sordos
pero ven y oyen más allá de tus aciertos.
Un impulso infinito que las quiebra
las llena de un intenso amor por lo desconocido.
Pero la semilla que no sigue su impulso se pudre.
Son sabias y hermosas aunque no las veas,
y en los corazones son fértiles aunque no las sientes.
Dueñas del destino.
Creadora de universos.

ALEH

3 comentarios:

Javi Esponja dijo...

Intento cerciorarme de que no me engaña el afecto personal o la cercanía hacia el escritor de esta pieza. No puedo creer que este poema, esta colección de cristales de colores y piedras que brillan, este fragmento de cosmogonía lleno de estrellas, haya sido compuesto y no hallado por el que abajo firma. Soy un lector de poesía tuerto y un poeta menos que malo, pero me deslicé por tu poema como quien pasea los ojos por un fresco de la creación del mundo, el mismo placer y asombro. Prístino y hermoso.

Con tal gusto lo leí, que aún aceptando que no podría igualarte, acepté el envite seminal.

Por algo obtuviste el premio literario del concurso de mi insituto al que concurrimos los dos hace ya más de diez años. Y yo con justeza vuelvo a brindártelo.

Déjalo todo y dedícate a la literatura, no puedo decirte otra cosa.

Anónimo dijo...

Agradezco tus agradables elogios sobre el poema, pero me das pie a que abra la caja de los truenos sobre la literatura. Justamente porque tratas el espinoso tema del ego. Hace poco un buen amigo me hizo reflexionar sobre el arte como ego, el arte como proyección idólatra de uno mismo. Si entendemos la literatura como una forma de arte, yo no quiero llenar mis días con inertes galardones literarios. No quiero premios ni recompensas. Ese reconocimiento está hueco. Más bien me gustaría crear con los patrones naturales del universo. Crear con palabras la misma expansión y belleza que veo en cada ser vivo, en cada átamo. Hacer una réplica textual de la realidad que tuviera vida por sí misma y tendiera continuamente a la perfección. Al demiurgo no le hace falta la aprobación ni de la crítica ni del público: su premio es una mirada deslumbrada sobre la realidad. Por eso, si lo has visto, te doy las gracias.

Todo esto daría para un hiriente microensayo: ¿El Arte como Ego o el Arte como Realidad? Puede que lo escriba, porque esto ya lo sobrepasa, y además es un simple comentario bloguero (¡jajaja!).

Pues sí, voy a dejarlo todo y voy a llenarme los bolsillos de palabras...

Javi Esponja dijo...

Sabias tus palabras, sigues fiel a ti mismo, lo que es loable. Pero no recuerdo haber hablado del ego, por lo menos conscientemente, aunque es muy atinada tu respuesta.

Ejerceré el papel del demonio, ya que hablaste del tema del arte y del artista (el ego). Goethe dijo algo así como (cito de terceros, como el cretino de "Crimen Ferpecto")que si tengo un caballo, no necesito un caballo de ficción. Imitar a la naturaleza, como el doctor Frankenstein, ¿acaso no es eso una forma de egolatría muy superior a la de aspirar a llenarte los oídos con los huecos aplausos de las autoridades que te agasajan con un pedazo de oro falso? Ser un mensajero de los dioses, como el Ión del que nos habló Pozuelo Yvancos y Cajas de Ahorros ("¡Vaya, chico!") en aquella pesada clase sobre neoplatonismo, es una forma de gloria (que no es otra cosa que la salvación y trascendencia del yo) muy superior al bronce. ¿Do quedó la plata del petardo de Echegaray, con todo su premio Nobel? Nunca se lo dieron a Strindberg (por rojo), y ni falta que le hizo.

No quiero que te me vuelvas como Polito (el hijo de Vicky Polo al que tanto admiraste después de aquella entrevista-sainete con Mario Vargas Llosa) y presumas hasta de tener las napias más descomunales del mundo académico, pero tampoco que olvides que tú puedes negarte a los trofeos, mientras otros no podrían ni optar a ellos. Y eso es un mérito, no es malo reconocerlo ni es malo quererse.

Por otro lado, tampoco te invito a que te conviertas en un trozo de papel en blanco y negro de algún semanario cultural y en un candidato a dirigir el Instituto Cervantes de Marte. Cuando hablé de dedicación lo dije en el sentido de Juan Ramón Jiménez, de tenerle una habitación siempre lista en tu vida a la literatura. No digo que sea tu esposa, sino tu amante. Si, además de otorgarnos con tu lírica belleza y sentido, tú obtienes afecto y consideración, bienvenida sea. Ya sabes que, como contaban en un pasaje de "La Historia Interminable", hay una puerta que sólo se abre cuando no lo deseas.

Y por seguir en mi línea provocadora de siempre (desde que nací), ante la estupenda dicotomía de tu ensayo, contesto lo siguiente: sin ego no hay realidad.

Aquí aguardo a que regreses lleno de arena.