domingo, 24 de enero de 2010

Fragmento: Pawel

El nombre propio es un deíctico absoluto que carece de significado. Esto conlleva un problema de desambiguación cuando hay dos personas con el mismo nombre. En mi clase de 2ºB , en el liceo de Varsovia donde trabajé, había dos Pawel, así que ya no había ninguno. Decídí entonces llamarlos por el apellido. Uno era Kulpinski y el otro no lo nombraré. En Polonia, cuyo territorio occidental ha basculado entre Prusia y el Imperio Austrohúngaro en repetidas ocasiones, hay abundantes muestras nominales de su pasado germánico. Topónimos, apellidos, préstamos, cristalillos que dejó la historia. Me complacía a veces en llamar a mi alumno por su apellido alemán marcando la pronunciación o fingiendo una entonación marcial, por hacer una gracia, ya que muchos suelen pensar que el alemán nació para ser gritado por militares y que esa es su expresión natural. Él me miraba en silencio y no decía nada.

Era un chico muy alto y delgado, blanco e inexpresivo, de inteligencia analítica, brillante en matemáticas y con muchas dificultades para superar materias como español o polaco. Su timidez y su dificultad con la asignatura lo convertían en un mueble en mi clase, a pesar de mis esfuerzos. Su comportamiento, de natural frío, era especialmente distante conmigo.

En una ocasión me pidió hablar conmigo a solas, después de clase. Le costó expresarse, parecía presa de una gran agitación interior. Sus mejillas estaban rojas y le temblaba la voz. Me preguntó, indignado, conteniéndose, por qué me refería a él por su apellido. Le recordé que había dos Pawel en clase y le pregunté dónde estaba el problema. Me miró de frente, como si mi torpeza hubiera roto algo carísimo. Yo no entendía aquella reacción tan desmesurada. "Mi familia , mis abuelos, mis tíos, estuvieron en Auschwitz, fueron presos polacos. No sobrevivió ninguno. No quiero que vuelva a llamarme ******** nunca, no quiero saber nada de Alemania ni quiero tener nada con Alemania". Yo me disculpé y asumí mi error. En mi mente siguió teniendo el mismo nombre, pero en el breve tiempo que duraron esas clases me dirigí a él como Pawel. Él no me lo perdonó nunca.

Lo que él no sabía es que su apellido alemán era judío.

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