Siempre deseamos el cansancio que produce vivir en la cresta de la ola. Los músculos se tensan para mantener nuestros cuerpos en equilibrio sobre el fluído inestable y móvil. Pero el cansancio se compensa con las vistas, que desde la cresta son extraordinarias, por supuesto. A un lado tenemos el camino de subida, esta vista es tremendamente satisfactoria, el observar las dificultades superadas nos enorgullece. El otro lado es el descenso hacia la estabilidad de tierra firme, a la que podemos acceder a través de arena brillante, atractiva y seductora. No se preocupen los que lleguen a una playa con piedras, igualmente se trata de tierra firme y podrán recoger las de colores más inusuales para usarlas como pisapapeles o de fondo de un jarrón transparente, en el que hasta pueden poner flores. Para los que también están en la cresta de la ola y se ven romper contra un acantilado, no exhasperen, no se den por vencidos. Su llegada a tierra firme conlleva mayores riesgos, pero de entre ellos sobrevivirán los más fuertes, los que, a pesar del cansancio por mantener el equilibrio, coordinarán cada uno de sus músculos posibles y no posibles y saltarán sobre la roca en el momento mismo en que la espuma se deshace sobre ella.
miércoles, 21 de marzo de 2012
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