Empiezo a considerar la lectura un placer inestable. Capaz de transportarte a oasis de deleite o capaz de dar un tranquilo paseo mientras te coge de la mano y te agarra con fuerza, como si temiera que fueras a escaparte, o como si ansiara darte un beso y apretarte contra sí, pero no estuviera del todo segura de tu respuesta. Siempre he escuchado la ya manida métafora de la lectura como un viaje, que te lleva a lugares desconocidos y, de alguna manera, al centro de ti mismo. He dicho manida hace unas líneas, pero no quiero que me entiendan mal, tan manida como acertada. Sólo que hoy la idea del viaje se me ha quedado pequeña. La literatura y la lectura son mucho más que esto. Son placer, deleite, búsqueda incansable, incluso decepción cuando las páginas de un libro ante el que hemos depositado demasiadas expectativas se nos muestran laxas, despreocupadas o, más sencillo aún, fuera de contexto. En definitiva, podemos resumirlo en búsqueda, deleite y decepción que transcurren en una especie de vida paralela a la real o cotidiana, llámenlo como a ustedes les parezca bien, en la que de la misma forma pero un tanto más hirientes se suceden las tres. En la lectura todo es más sencillo. Podemos regodearnos en el placer sin cortapisas y desechar el libro inoportuno, el amante infiel o el malhumorado con el nimio gesto de cerrar el volumen y volver a colocarlo en la estantería. Con no sacarlo de su lugar y no abrir sus páginas está solventado el disgusto. Y sin embargo, en el otro extremo, encontramos el amante satisfecho del que podemos apoderarnos sin que nadie se moleste. No habrá ningún problema con el tiempo que decidamos retenerlo asido por los costados. Ningún límite coartará nuestra imaginación que se abandonará en las profundidades de los deseos más recónditos. El autor, en un guiño cómplice con el lector, nos propone una historia ante la que actuaremos con total libertad, proponiendo colores y matices nuevos, viviendo sus aconteceres en la intensidad que nos apetezca, creando personajes a los que atribuiremos cualidades y sentimientos que el papel tan sólo plantea. Poco más me queda por decir en relación al placer. Ese sabor que transgrede el sentido del gusto para transformarse en un escalofrío que te sube por la espalda es conocido por todos los que difrutáis leyendo. En cuanto a la intriga de la búsqueda, quiero decir, el conseguir extraer el deleite mientrar desechamos la decepción, no creo tener nada que aportar, de sobra conocéis que es el motor de cada paso.
domingo, 26 de abril de 2009
viernes, 3 de abril de 2009
Mitosis
... Y cuando digo "morir de amor" -prosiguió Qfwfq-, quiero decir algo de lo que vosotros no tenéis ni idea, vosotros que creéis que enamorarse quiere decir forzosamente enamorarse de otra persona o cosa, o de lo que demonios sea. Resumiendo, yo estoy aquí y aquello de lo que estoy enamorado está allá; es decir, una relación vinculada a la vida de relación; en cambio, yo os hablo de antes de que me pusiera en relación con nada; había una célula y esa célula era yo, y basta, no miremos ahora si alrededor también había otras, no importa, había esa célula que era yo y ya es mucho, algo así basta y sobra para llenarte la vida; precisamente de esta sensación de plenitud quiero hablar, plenitud no gracias al protoplasma que tenía, que aun habiendo crecido en proporciones notables no era en cualquier caso nada excepcional; se sabe que las células están llenas de protoplasma, si no de qué queréis que estén llenas; yo hablo de una sensación de plenitud, digamos, si me permitís la palabra, abrir comillas, espiritual, cerrar comillas; es decir, el hecho de la consciencia de que aquella célula era yo, esa consciencia era la plenitud. Esa plenitud era la consciencia, algo que no te dejaba dormir por la noche, algo que no cabía en su pellejo, es decir, precisamente la situación que os he dicho: "morir de amor".
Italo Calvino, Tiempo cero.
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